jueves, 12 de enero de 2012

2

Detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer
Detrás de cada gran mujer hay una fuerza inimaginable y un coraje indómito.



La luz de la mañana. Era más pálida de lo normal. Durante el mediodía adquiría un tono dorado que abrasaba la piel de todo aquel que se exponía a sus roces. Mas por la mañana, era una caricia alba, que se introducía por los recovecos entre las sábanas, serpenteaba graciosa y le besaba los párpados a aquel que estaba dormido. Soren comenzó a adquirir conciencia de qué era lo que estaba pasando.





Martes día 9, el invierno envolvía la ciudad con su manto de gélido helor, cubría las miradas del sol con los cuerpos de las nubes, tal y como él y Alex habían estado haciendo ayer… Sí, Soren estaba lo suficientemente sobrio para acordarse. Aquella semana Alex tenía turno de mañana, su preferido. Venía a media tarde y podían mimarse de noche. Mas, por supuesto, le habían concedido un día libre para acompañar a su novio al hospital. Alex era celador; nadie mejor que sus jefes sabían el apoyo que necesitaba un joven de 29 años recién cumplidos que se le quebraban los huesos con un toque de mediana intensidad. Boca abajo, fue poco a poco entreabriendo los ojos y agudizando los oídos. Alex había dejado encendida la radio, su particular despertador. La voz adulzada de Carla Bruni crepitaba en francés una nana particular. Soren pudo distinguir algunas frases sueltas. Quelqu’un m’a dit que tu m’aimais encoré, quelqu’un m’a dit que tu m’aimais encoré. Serais ce possible alors ?... En sus labios afloró una dulce sonrisa. Si estuviese Alex en aquel momento, habría estado recostado en su pecho, tarareando la canción suavemente para inculcarle las notas a su piel, aquellos acordes que se balanceaban, que se mecían como las olas del mar. Dibujaría en su pecho figuras sin sentido con la yema de su dedo, quizás un “te quiero”… O tamborilearía al ritmo de su corazón, y el corazón, al ritmo de la canción de Carla Bruni, y el sol le iluminaría la cara y sería perfecto.


Se levanta con parsimonia, notando todavía la boca pastosa del alcohol ingerido. Soren no lo soportaba demasiado bien la cerveza, pero sí una copa de bourbon o un dedal de absenta. Era extraño cómo funcionaba su metabolismo. No tenía ni ropa que quitarse en el camino de la habitación al baño. Solamente, se apartaba la media melena hacia un lado, en tanto que notaba sus carnes rozando unas con las otras. Estar desnudo le daba una libertad inimitable. Los muslos en entero contacto, el pecho siendo acariciado por el aire en suspensión, el frío integrándose en cada poro de su piel. Girar levemente una manilla, tirar hacia arriba, y el agua comenzó a caer a lo largo de su cuerpo. No era un agua muy caliente, ni tampoco demasiado fría, sino a una temperatura intermedia. Si se desviaba un solo grado, Soren lo notaría. De algún modo lo notaba. Su piel era tan tremendamente sensible a los cambios de temperatura, que mismo podía caer enfermo si su cuerpo ascendía un par de grados. Su cuerpo era tan frágil como el agua. Sí, como el agua. Se escurre de unas manos que le ofrecen seguridad, colisiona contra el suelo en forma de dolorosas gotas, y desparramada en el suelo puede volver a una forma similar, mas no será exactamente la misma, algo habrá cambiado. Anatómicamente, una gota de agua no es igual a medida que la roza el viento. Médicamente, un hueso roto no adquiere nunca idéntica forma, y a veces, ni siquiera idéntica movilidad.


Soren salió de la ducha lentamente, intentando que no le afectase el drástico cambio de temperaturas. Miró a su alrededor en tanto que cogía la toalla. Estaba solo en casa. La vecina había llevado a la pequeña Lili al colegio, por lo que no estaría acompañado hasta la hora de comer. Y Alex tenía trabajo de mañana, así que seguramente volvería a las cuatro de la tarde hambriento, exhausto, y con ganas de mimitos. Aunque tenía sus planes hasta entonces.





Y allí estaba esperando en aquella esquina. Podría parecer la primera escena de una película de amor poco convencional. Un hombre de mechones de cabello más o menos largos, aproximadamente metro ochenta como un galán de film, y unos ojos verdes con sutiles matices grisáceos esperaba en el cruce de caminos entre la general Sanjurjo y Enrique Hervada a que doblase la esquina su media naranja bajo la tenue luz del sol oculto entre las nubes. Sería extraño, improbable acaso, pero por algún motivo, pensarlo solo hacía aumentar la intensidad del incesante latido de su corazón. Quizás y sin preverlo fuese Alex quien apareciese cruzando el paso de cebra que estaba frente a él, vestido con el uniforme de celador, que realmente parecía un ángel embutido en él, o mejor aún, con una camiseta y unos vaqueros. Estaría mirando a ambos lados para cruzar, ajeno a la presencia de su novio al otro lado de la acera, mas en algún momento se intercambiarían las miradas y se haría el silencio. Soren esperaría en aquella esquina, y Alex se acercaría lentamente a él, notando así la proximidad del calor vital del cuerpo del otro, hasta que sus manos recias tomasen el delicado cuello del danés y se fundieran en un beso.


Sí. Pero eso no dejaba de ser una ensoñación.


-¡Puta!- se escuchó desde el otro lado de la carretera. En definitiva, toda la calle lo escuchó.





Soren reconocería aquella voz incluso debajo del agua, mas no, no era Alex su propietario. Ni mucho menos. Con aquellos pies cubiertos por unas converse cien por cien auténticas, pantalones pitillo, una americana roja con el logo del banco Pastor y un fular azulón solo podía tratarse de una persona. Carlos. Nada más y nada menos que uno de los mejores amigos de Soren, aquel amigo gay que toda chica sueña con tener. Se habían conocido en un bar de ambiente hacía unos cuantos años, cuando un Soren todavía menor de edad aunque en el limbo con los 18 años abrazaba su sexualidad a dos manos. Le había costado adaptarse y encontrar su camino. Como muchos homosexuales, había pasado de ser un chaval completamente retraído a una locaza desenfrenada, hasta poder encontrar el equilibrio perfecto entre lo que era y lo que sentía. Sin embargo, Carlos se había quedado en la segunda fase y de qué manera. Le gustaba todavía ponerse un poco de brillo en los labios para ir a trabajar, pintarse las uñas de un color llamativo y sin embargo eructar como el tío más rudo de un bar de los suburbios. Soren se sentía libre con él. Libre de poder darse un poco al vicio y hacer esas cosas que delante de otras personas no se atrevería a hacer.


-¡Zorra! ¿Vamos al bar de siempre o cruzas?


-¡Al de siempre! ¡Mueve tu flamante culo hasta aquí, Soren!


Como siempre, era a Soren a quien le tocaba pasarse a la acera de Carlos, para poder ascender calle arriba a una pequeña cafetería que estaba escondida en una esquina. No era muy famosa, desde luego, pero al menos daban un riquísimo café tostado, y el ambiente era tremendamente tranquilo, relajado, del mismo color que la estimulante y amarga bebida, suave. Alguna vez había acudido Soren solo a escribir allí, aunque no rechazaba ir acompañado, y los descansos de Carlos eran bastante generosos por parte de sus jefes. En el momento en el que se encontraron frente a frente, se dieron dos besos. El labio superior de Soren era tremendamente fino, tanto que ni siquiera se notaba sobre la piel, mas el inferior era mullido y cálido, y dejaba escapar su aliento suave en cada impresión. Quizás por eso Carlos siempre le pedía dos besos, o a veces incluso tres.


-Ay, Soren, te veo demasiado contento. ¿Has tenido sexo matutino con Alex?


Las preguntas indiscretas de Carlos nunca dejarían de sorprenderle. Sentados dentro de aquel bar, en dos sillas de madera lacada, alrededor de una mesa redonda y a la par de la ventana, Soren no podía evitar sentirse como Van Gogh con su copa de absenta en algún bar de París. Mas se sentiría mucho más metido en el papel si no tuviese la mirada de Carlos taladrándole.


-No, me lo dio ayer a la noche, y no, no te pienso contar detalles.


-Oh, por favor. Con lo bueno que está Alex, que está cañón. Has tenido una suerte, Soren, si hasta parece buen chaval. Sabes que si no estuviese cogido, me lo tiraría.


No pudo evitar sonrojarse levemente el danés. Todo lo que le recordase a los besos de la noche pasada, a sus caricias, a la forma en la que su miembro se abría paso y mientras le siseaba como a un crío a punto de echarse a llorar. Carlos tenía razón, Alex era magnífico. Intercambió una mirada con su amigo, soltando una risita un tanto nerviosa; tampoco sabía muy bien qué contestarle, ni si debía hacerlo. Los brazos peludos de Carlos se levantaron entonces de la mesa. Era el camarero. Ni siquiera le había notado llegar.


-…con dos bolsitas de azúcar, ¿y tú qué vas a querer?-le cuestionó, señalándole con uno de sus dedazos.


-Yo… un café solo, gracias.


Gracias a Dios que había reaccionado a tiempo, al menos lo suficientemente rápido como para que Carlos no notase que había estado distraído. Ahora que lo mencionaba, no le llegaba la hora de ponerse el pijama, serpentear hacia la cama, buscar el calor del cuerpo de Alex, y poder susurrarle eso de “nuestras vidas no valen gran cosa, que pasan en un instante como se marchitan como se marchitan las rosas”. Poder deslizar las manos por su pecho, notar los pliegues fríos de su ropa, percatarse de que sí, su corazón latía y también el de su pareja. Quizás no con la misma intensidad, ni con la misma frecuencia; pero latían. Que ambos vivían, juntos, que estaban acostados en la misma cama, resguardados de cualquier peligro, sin que nadie pudiese hacerles daño, uno en los brazos del otro…


-Ay, hoy Susana de contabilidad me ha estado comiendo las pelotas. Porque es que mira, no sabe hacer nada bien, de verdad.-la charla de Carlos le interrumpió en aquel instante, rompiendo cualquier vínculo con la fantasía. ¿Cuánto tiempo llevaría hablando? ¿Se habría perdido más de la mitad de la conversación? No podía quedarse callado, las cejas de su interlocutor comenzaban a alzarse, en un esfuerzo por preguntarle si estaba realmente escuchando.


-A…ahá.


-Estás con la cabeza en otra parte, ¿eh? Mira que como Alex se marche con tu cerebro cada vez que se va al trabajo, lo tenemos crudo.


Soren sonrió levemente. Su cerebro estaba allí, funcionando, creando impulsos que en la corteza cerebral se transmiten como pensamientos, aliándose con las emociones propias del sistema límbico. Lo que Alex se había llevado consigo, no solo al trabajo, sino cada vez que se alejaba de Soren aunque solo fuesen un par de metros era su corazón.


-Igualmente ten cuidado, Soren.-esta vez, el tono de Carlos se endulzó y endureció, como el de una madre cuando da un consejo casi a modo de reprimenda anticipada.-Los tíos parecen muy buenos a veces, y tú confías en ellos más que en tu propia sombra, y después…-en ese momento le sirvieron el café, justo a tiempo.


Soren asintió. Sabía que Carlos tenía conocimiento en ese tema. Quizás no en otros, pero en ese en concreto quizás sabía demasiado. Una de sus manos de dedos delgados y finos se apoyó sobre la extremidad velluda de su amigo. No pudo evitar tener una piloerección.


-No tienes de qué preocuparte. Alex me trata bien. Quizás no me dice a todas horas que me quiere, pero nunca me ha…tranquilo, ¿de acuerdo?


Carlos frunció levemente los labios. ¡Qué inocente podía llegar a ser Soren! ¿No sabía que detrás de todos los príncipes azules se escondía una bestia atroz, que podía salir en cualquier momento? Debería ser un poco más receloso, aunque llevasen unos cuatro años juntos eso no le indicaba que realmente conociera a Alex.


-Si te pasa algo…-se resistió a creer en las palabras del danés.


-Serás el primero que lo sepa, aunque solo sea para poder decirme eso de “yo ya te lo dije y no me hiciste caso”.


Darle el privilegio de decirle esa frasecilla era capaz de alegrar sobremanera a Carlos. Ahora solo faltaría que le dejase tirarse a su novio y sería redondo, pero no caería esa breva.


-Carlos, tengo que contarte. Me han contratado para la revista “Semana”. Tengo que hacer una reflexión todas las ídem, en forma de relato, o de lo que sea.


-Oh, Dios mío, Dios mío, Soren, esto hay que celebrarlo.


-No pensarás emborracharme tú también, ¿verdad?-cuestionó. Le estaba dando demasiadas pistas sobre la noche anterior, y sabía que Carlos las pillaría al vuelo, pero su respuesta fue otra.


-No, yo pensaba en tener un polvo contigo en los servicios, pero si quieres te invito al café.


Soren no pudo evitar soltar una carcajada. Así eran las respuestas de Carlos, siempre tirando a meter la polla en la olla. Y la verdad es que Soren, tanto para una mujer heterosexual como para un hombre gay tenía un aquel que llamaba la atención. Los rasgos nórdicos, los ojos tan, tan verdes, la piel blanca y suave en las zonas claves del cuerpo y áspera en las manos, el aspecto frágil mas elegante, el carácter fuerte aunque templado. Además de culto y buen escritor. De hecho, Carlos y él ya habían tenido algún que otro affair, en algún bar, Carlos contra el lavabo y Soren por detrás. ¡Qué tiempos aquellos! Pensaban ambos los dos.


-Bueno, mi vida.-interrumpió Carlos la conversación que estaban teniendo, sobre el último libro de Ruíz Zafón, que había degenerado en charlar sobre “qué tipo de hombre te tirarías si Alex no estuviese en tu vida”.-Ya son las doce, me tengo que ir a trabajar corriendo otra vez.


-Entonces quedamos otro día. Mándame algún mensaje de vez en cuando, perra.


-Eh, eh, espera. ¿No me das un beso?


El danés se levantó de la silla, e inclinándose hacia delante le dio dos besos, como es costumbre hacer. Mas no era eso lo que tenía en mente.


-Un beso de amigos.-replicó, torciendo el labio como solía, como un crío con exceso de vello corporal.


-Carlos, tengo novio.


-Es un beso de amigos, tonto. Dámelo.


Soren suspiró profundamente, sin poder ocultar su rostro de circunstancias. Ya sabía él a dónde quería llegar Carlos con su “beso de amigos”. Entre sus dedos larguísimos, manchados de tinta de bolígrafo debido a la continua escritura manual, con las yemas un tanto aplanadas por la agresiva mecanografía a ordenador, tomó el rostro de su amigo, pudiendo así rozar suavemente sus labios, notando su leve humedad y el sabor a café excesivamente endulzado para su gusto. Y de nuevo Carlos podía notar aquella textura tan característica de la boca de Soren, ese roce tan suave del labio superior, y esa explosión de agresiva sensibilidad del labio inferior. Era como si aquellos labios estuviesen anatómicamente esculpidos de forma precisa para aquella misión, para procurar el placer más tremendamente indescriptible en cada beso furtivo.


Todavía con la reminiscencia de sus labios, Carlos se alejó del bar contoneándose como solía, dejando al danés sumido en la soledad, envuelto por el suave abrazo del café solo.


La mirada de Soren se paseó por el local. La verdad, era un lugar acogedor. Las paredes eran del mismo color del amargo líquido que contenía entre las manos, y brindaba una perspectiva de la ciudad bastante rica, a su parecer. Si bien no mostraba toda su grandiosidad arquitectónica, alzándose como un halcón para poder vislumbrar el conjunto de todos los edificios apelotonados en un crisol asombroso, mostraba toda la gente que transitaba calle arriba de una manera tan fideligna que mismo podrían entreverse sus pensamientos si la piel no los ocultase. Así pasaba Soren la mañana cuando Alex no estaba, y se pasaría la tarde si no tuviese que cuidar de su pequeña. Observando a la gente pasar, sintiendo los latidos de sus vivencias desde el otro lado del cristal, imaginando qué podría resultar si las vidas de dos de ellos colisionasen, como lo hacen las moléculas gaseosas en un recipiente cerrado.


Mas en ese momento de su reflexión fue cuando reparó en una mesa. Una mesa más cercana a la puerta que la suya, que se encontraba en alineación directa con su mirada glauca. En ella no había más que un par de tazas, aunque no sabría indagar cuál fue su contenido, ni cuánto tiempo llevaban allí. La verdad es que no había reparado en quién entraba ni quién salía del bar; mientras hablaba con Carlos estaba enfrascado en un mundo aparte. Aunque a Soren solía pasarle, aunque fuese una persona tremendamente inteligente y con una gran capacidad imaginativa e inventiva, se distraía con una velocidad pasmosa. Entonces fue cuando se fijó en un papel, perfectamente dobladito bajo una de las tazas de café. Parecía…no, innegablemente era una servilleta. Aunque semejaba estar cubierta de unos trazos negros. ¿Acaso estaría escrita? ¿Acaso alguien había puesto algo en ella? La curiosidad azotó a Soren de una forma feroz, haciendo que se levantase de la silla sin acabarse siquiera el café. Tendría que irse, por supuesto, o llamaría la atención que solo se acercase a esa mesa a coger el papel. De una manera disimulada, haciendo alarde de su grandísima discreción, se dirigió paso a paso a la susodicha, sin quitarle la vista de encima al manuscrito. Un paso más, un poco más, alargó la mano y lo extrajo de un movimiento limpio, escondiéndolo en el bolsillo. Su corazón golpeaba de una manera feroz, tan rápido que semejaba querer escaparle del pecho. En el momento en el que cruzó el umbral de la puerta, blandió el papelito y se dispuso a leerlo. De punta a punta lo cruzaba una frase.


“Detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer
Detrás de cada gran mujer hay una fuerza inimaginable y un coraje indómito. “


De los labios del danés se escapó una dulce sonrisa. Sí, aquel benefactor anónimo de aquella frase tan tremendamente bella le había dado a Soren la mejor idea de su vida, al menos para comenzar a escribir el primer artículo suyo que leerían en la revista Semana.





“Mi madre nunca había necesitado teléfono. Nunca le había hecho falta. A una mujer de 18 años sin nada que perder, en un país que le era desconocido y completamente desvinculada de su familia, nunca había tenido problemas de comunicación a distancia. Sus amigas estaban siempre en el mercado, o en el parque con sus niños, y allí podía hablar con ellas siempre que quisiera. Si sucedía alguna emergencia, avisaba a uno de los vecinos y estos llamaban a la ambulancia, a los bomberos, a la policía, o a quien hiciese falta. ¿Quién le podría negar algo a una jovencita danesa jovial y agradable, siempre sonriente, siempre atenta, siempre con una palabra amable a pesar de la adversidad?


Pasaron muchos años hasta que mi hermano pequeño quiso volver al país de donde procede nuestra sangre, y como buena madre nunca dejaría a su hijo solo, y menos en una tierra desconocida, fría e inhóspita. Aunque fuese solamente para estudiar cuatro años en la universidad. En ese momento de su vida fue cuando decidimos regalarle un teléfono móvil. Así, le explicaba, con toda la paciencia del mundo, sentados ambos en el sofá, no se sentiría sola nunca, porque presionando un solo botón me tendría cerca de nuevo.


Para eso sirven los teléfonos. Para acercar a las personas que están lejos. Para tenerlas de nuevo a tu lado. Y es increíble la fidelidad que transmiten. Cierras los ojos y puedes escuchar mismo cómo respiran al otro lado del auricular, como si lo hiciesen justo sobre tu oído. Y es en ese momento en el que alargas la mano para poder acariciarles el rostro, para poder notar sus pieles, mas no hay nada a tu alrededor, nada. El teléfono es el espejismo del siglo XXI.


Hace unos tres o cuatro años que mi hermano y mi madre están fuera. Y hace la misma cantidad de tiempo que no hablo con mi madre. Añoro volver a escuchar su voz, volver a notarla cerca, caer en el engaño, pero caer con ella. Siempre me coge el móvil mi hermano mas, si presto atención, todavía puedo escuchar a mi madre cantando de fondo. Ignoro si es o no un espejismo, mas no me hace sentir tan perdido”.

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