miércoles, 7 de diciembre de 2011

1

Entre líneas
Dices y callas
Lo que no está escrito…

Cada vez que Soren miraba al espejo, temía por alguna razón no llegar a reconocerse. Aunque solo se tratase del espejo retrovisor. Recorría con sus ojos verdes cada recoveco de la superficie pulida, intentando indagar si todo estaba tal y como lo recordaba. Tenía una tímida obsesión con ese aspecto. No podía evitar pensar en si podría tener el tabique nasal desviado, la mandíbula fragmentada, mismo sentir el hueso hioides oprimirle la laringe. Mas siempre, o quizás casi siempre que se miraba estaba como recordaba la última vez que se había subido al coche, o que había ido a mear y lavarse la cara. Sus ojos verdes estaban dentro de los límites impuestos por las cuencas. Su nariz, recta y aguileña. Sus labios un tanto resecos, quizás pasándoles la lengua levemente pudiese recubrirlos de una feble capa de saliva, aunque brillasen como los labios de una mujer. Desde que Soren descubrió su identidad sexual le gustaba hacer una clara distinción entre las féminas y él. No caminaba igual que una mujer, ni se vestía igual, tenía las uñas siempre descuidadas, cortadas de forma un tanto irregular a base de morderlas. No usaba cremas, ni siquiera las masculinas anti ojeras, ni las hidratantes. Escupía a menudo para eliminar el exceso de saliva o las flemas de su boca, y nunca, absolutamente en ninguna circunstancia se pasaría más de dos minutos mirándose al espejo.  No por nada en particular, sino porque estaba cansado de verse durante tantos años de su vida.

En el momento en el que escucha la puerta contigua cerrarse bruscamente, sabe que por fin podrá ver a alguien más en cuanto se gire. Alex calculaba mentalmente la ruta que habrían de seguir para llegar a su destino, en tanto que buscaba por las llaves en el bolsillo de su cazadora de cuero. Soren no pudo hacer otra cosa que sonreír. No estaba solo, tenía una pareja a la que adoraba. Le llevaba al menos diez años, era una diferencia de edad demasiado llamativa. De hecho, esa diferencia se desvanecía en cuanto se les veía juntos. Aunque pocas veces la calle tenía el privilegio de observar tal estampa. Entonces, escuchó unos febles golpes sobre la puerta que tenía justo a su derecha. La abrió, descubriendo que una niña de unos cuatro años le tendía ambas manos.

-Papi, papi.

Era cierto, Soren también tenía una hija preciosa. Podría pensarse que pudo ser fruto de algún matrimonio anterior de Alex o suyo, mas no era cierto. La habían adoptado hacía un par de años, en un orfanato local. Al ser todavía un bebé, no tardó en concebirlos como papá y papi. Papá era Alex, la figura de autoridad, el que solía ir a trabajar temprano, volver tarde y darle un beso de buenas noches al volver. Papi era Soren, alguien más paternal, más tierno, con unos movimientos más delicados, a veces no por otra cosa que no fuese por no accidentarse, el que solía despertarla, vestirla, asearla, llevarla hasta el autobús del colegio, hacerle de comer y acostarla. Era más barato que mandarla a una guardería para que Soren pudiese trabajar tranquilo, mas Lili era una niña calmada y callada, dentro de lo que cabe.  Le tendió la mano, y la pequeña fue capaz de subir al viejo Chevrolet de segunda mano, colocándose enfrente del sitio de su padre. Soren a veces no era capaz de concebir cómo había tenido tanta suerte. Aquella niña de pelo rubio como hebras de oro y ojos oscuros, no le había traído más que felicidad.

 Coloca ambas manos sobre los costados de la pequeña Lili. Aquel coche, a pesar de tener cuatro asientos, solo contaba con dos puertas, y era la única manera de sentarla en su sitio. Sin preverlo, todo comienza a moverse a su alrededor. En un solo segundo, el mundo sufre una convulsión palpable bajo sus pies.

Ni siquiera sabe qué ha de hacer en ese momento, mas en su mente durante una décima de segundo estructura una escala de prioridades, y la primera y más importante es proteger a Lili. En un acto paternal tan instintivo como acunar a un bebé de tu misma sangre, acerca la cabeza de la niña a su pecho y se ovilla, intentando protegerla con su cuerpo. Sabía perfectamente que en el caso de suceder algo, cualquier percance, antepondría su  integridad a la de la niña, aunque se quebrase en mil pedazos como si estuviese hecho de vidrio. Desde el momento en el que la vio por primera vez, mismo antes de haber firmado la solicitud de adopción, se dio cuenta de que esa niña era suya, de que la quería mismo desde antes de conocerla, desde antes que hubiese nacido. Se dio cuenta de que era su niña, con mayúsculas, SU niña. Mas mientras todos aquellos pensamientos fugaces recorrían su mente, entreabre los ojos. La luna, las ventanas, el coche, Alex. A 120 kilómetros por hora en plena cuidad; era típico de él.

-¡Alex, joder! ¿Pero cómo se te ocurre acelerar así? ¿Tú quieres que nos matemos?

Soren solía ser un hombre tranquilo. No porque disfrutase siéndolo, sino por obligación. Cuántas veces no habría deseado ser impetuoso como su pareja, pegarle un par de bofetones a alguien, alzar la voz hasta que retumbase todo con su estentórea vibración. Mas mismo cuando gritaba, él semejaba una temible figura de autoridad; a veces no tanto por su tono sino por sus palabras. El arma más poderosa que estaba al alcance de Soren era la retórica. Más afilada, más mortífera, y que mejor sabía utilizar. Cuando él quería realmente herir, solamente con una frase podría desarmar a la persona más fuerte. Podría decirse que nació con un don. En cambio, Alex era una persona más volátil. Su ira se inflamaba como la pólvora, con la misma rapidez y magnitud; cuando él gritaba hasta las montañas más altas temblaban. Sin embargo, en aquel momento, ante el chillido angustioso de su pareja, se mantuvo sereno y calmado, tal si fuese una estatua de sal que solamente se moviese para respirar y girar suavemente el volante.

-Vamos a llegar tarde a la consulta.-respondió secamente, sin argumentar nada más a su favor. No hacía falta argumentar nada más, aquellas palabras lo habían dicho todo.
Soren sentó a su pequeña en el hueco que quedaba entre sus piernas, colocándole el cinturón a ras del pecho. Sabía que, aunque estuviesen cometiendo una infracción, Lili no estaría más segura que entre los brazos de su padre, pesase a quien le pesase. A Soren sí que le pesaban tal si fuesen bloques de hierro aquellas palabras, cada vez que las pensaba los serpenteos de unos escalofríos como cobras recorrían su columna vertebral, haciendo que se estremeciese de manera palpable entre el cuerpo de su pequeña. Estaría condenado toda su vida a tener que pisar aquellos pasillos revestidos de color blanco, a tropezarse con médicos y enfermeros a cada paso, a cada suspiro, a las pruebas de esfuerzo, los análisis de sangre, las radiografías y las placas. Desde que era pequeño estaba aquejado de una enfermedad ósea que le había tenido en jaque. No era exactamente como la enfermedad de los huesos de cristal, siempre lo aclaraba cuando se lo explicaba a alguien, para intentar paliar la preocupación del oyente, y posteriormente, con gestos muy pausados iba hablando sobre lo que le habían contado los médicos, como si lo tuviese grabado en alguna parte de su cerebro. Depósitos de calcio, vitamina D. Aunque Soren toda su vida había pensado que era la radiación a la que los médicos lo exponían, que hacía que sus huesos se desgastasen, que los apedreaban, los rajaban, los limaban, hasta que estaban tan frágiles que simplemente coger en brazos a su niña le produciría una fractura múltiple.

Alex se había emparejado con el chico con los huesos de porcelana. Simple y llanamente.

Miró por la ventana, observando de nuevo aquel paisaje sobradamente conocido. Se había aprendido el camino al hospital igual que el abecedario o la tabla de multiplicar. A, B, C, un semáforo, D, E, F, G, H, una pequeña llanura a la izquierda, con un prado hasta donde alcanza  la vista, I, J, K, L, M, N, Ñ, O, P, llegamos a las afueras de la ciudad y cogemos el primer desvío, Q, R, S, T, comienzan a verse algunas ambulancias, U, V, seguimos recto toda la cuesta, W, estamos llegando, X, se ve el hospital a lo lejos, cada vez más cerca, Y, el corazón se le acelera, Z, aparcamos.

En cuanto el coche se detiene, es Soren el que primero pugna por poner un pie fuera. Solo para poder detenerse en medio del parking mientras su pareja apagaba el coche, cerraba los seguros de las puertas y cogía a Lili de la mano para poder llevarla hacia su papi. Adoraba aquella sensación, aquel momento entre salir del coche y entrar en el hospital. Respirar profundamente, poder entrar en un estado de relajación tan envolvente como un abrazo de seda del aire que le rodea. Poder notar cómo todavía su corazón nervioso golpea contra sus costillas como el mar contra las rocas. A pesar de vivir en el borde de la Península, Soren solo vio el mar una vez de cerca, tocarlo, sentirlo entre sus dedos, mismo semejaba poder traer a su mente en aquel momento los restos de salitre que se le quedaban entre las huellas dactilares. El mar se veía bien desde la ventana de rehabilitación.

Alex se le acercó por detrás, aferrado a la mano de Lili. No era la primera vez que con un leve toquecito en su hombro debía despertarle de sus ensoñaciones. El cuerpo de Soren giró sobre sí mismo 180 grados, lo justo para poder cruzarse las miradas. Alex veía los ojos verdes de su pareja al despertar, varias veces a lo largo del día, y por la noche, y siempre le parecían igual de bellos, aunque tuviese un cierto reparo a decírselo. Eran unos ojos que le embebían, que le hacían quedarse sin aire, eran como el mar recubierto de una fina capa de algas glaucas, que escondía tanta vida en su interior que mismo en una mirada podían entreverse los peces de sus pensamientos. Se inclinó sobre él y se besaron feblemente en los labios. Todo el hospital fue testigo que, desde el aparcamiento, dos personas se demostraban tanto amor que era inconmensurable.

La sala de espera era de un color tan blanco que semejaba salpicada de lejía, la eterna enemiga de la ropa oscura de Soren. Aquel lugar podía taladrarle el alma de una manera que desollaría su piel con asombrosa facilidad. En cuanto se sentaba en aquellas sillas podía perfectamente sentir sus latidos desenfrenados; palpitaciones, que dirían los médicos, y que de hecho le decían si se lo comentaba, y le hacían hincapié en relajarse. Era imposible relajarse. En el aparcamiento, Soren era perfectamente capaz de cerrar los ojos e imaginar cualquier cosa que pudiese calmarle. Estar mentalmente acostado en la cama con Alex, haciéndole arrumacos, acunar a su niña como nunca pudo, nadar en el mar sin miedo a la corriente… En la sala de espera, solamente escuchaba lamentos. O, en lugar de eso, respiraciones profundas. No sabría decir qué le crispaba más la sangre. Aunque escuchaba el hálito de su pareja justo a su lado, ondeando hacia uno de sus oídos gélidamente, pudiendo en cualquier momento dejar caer su cabeza sobre su hombro, no era lo mismo allí que en su casa, mirando la televisión. En ese momento, desiste y vuelve a abrir los ojos. En cuanto se percata, la pequeña Lili, con su colita rubia y un chándal azul marino asomaba sus manos a la recepción, poniéndose de puntillas para intentar charlar con la auxiliar. Lili era una niña muy sociable, y más cuando estaba aburrida, o preocupada. No le gustaba que su papi fuese al hospital otra vez, ese sitio la ponía nerviosa, y necesitaba a alguien que la abstrajese, que la calmase. No era la primera vez que algún enfermero con instinto paternal, o alguna enfermera con especial apego por los niños se inclinaba hacia ella y le decía que “su papá Soren se iba a poner bien”; era entonces cuando todos los nervios de Lili se desvanecían. Hasta que no lo hiciesen, seguiría intentando que la auxiliar, que leía una revista del corazón, la viese.

-¡Lili!-Susurró Soren con potencia en la voz, mas intentando no turbar el silencio. A la primera llamada de atención, ella no solía responder.-¡Lili! ¡Ven aquí ahora mismo!

Ella se giró sobre sí misma. Volver a junto sus padres significaría estar sentada en el regazo de uno de ellos, teniendo que quedarse quietecita. La idea no le llamaba mucho la atención, mas sabía por experiencia que en aquel sitio feo y frío era mejor hacer lo que los mayores le mandasen, fuesen sus papás u otras personas. Una vez, por haber desoído advertencias, le arrancó sin querer una vía a su padre; tanta sangre mojando las sábanas la había marcado de por vida. Justo por ese motivo, cabizbaja, retornó hacia sus papás a trote.

-Soren, te noto muy tenso. ¿Estás bien?-le cuestionó Alex, en voz baja. Soren se estremeció.

-No sé, vida, tengo… tengo miedo. No sé.

-¿Y de qué tienes miedo?

-Vamos, Alex, no estoy para preguntas extrañas.

-Te recuerdo que eres tú el de las preguntas extrañas. “¿De qué color ves aquella estrella?”, “¿Qué tipo de sensación notas en tu pecho cuando te beso?”

-De acuerdo…-por fin, Soren cedió. En el fondo sabía que llevaba razón, y más en el fondo agradecía que tuviese en cuenta sus sentimientos.-Tengo miedo de que el médico me diga “tienes tal costilla frágil” o “tienes tal vértebra desviada. Vas a tener que estar ingresado unos días. No podrás ir a llevar a tu hija al colegio, ni comer con ella, ni dibujar juntos en el salón, no podrás hacerle la cena a tu novio, ni besarle, ni dormir juntos. Solo reposo absoluto.”

-Ay, reposo absoluto.-suspiró sonoramente, alzando la mirada hacia el techo inmaculado.-Cómo me gustaría que me dijesen a mí eso.

-Dios, cómo se nota que nunca has estado ingresado.-le soltó Soren, riendo levemente, en tanto que acariciaba los costados de Lili, quien apoyaba el oído en su vientre; no escuchaba nada, tan solo un feble eco de su propio corazón.

Mentía. Alex sí había estado ingresado. Una vez. Herida de arma de fuego. Por poco se le gangrena el brazo izquierdo. Pero era mejor así. Ambos estaban más felices sin saberlo. Además, no era mentir exactamente, sino simplemente omitir la verdad.

-Soren Schmeichel.

Aquella voz. Siempre era una distinta, mas todas decían lo mismo. Su nombre. Una colonia de hormigas subía por el pecho de Soren, elevando de manera drástica la fuerza de los latidos de su corazón. Ahora, mismo Alex podía notarlos a través de su mano. Soren se la apretó con fuerza. Tenía miedo. Alex, aunque no lo exteriorizase, también tenía miedo.

-¿Quieres que te acompañe?-le cuestionó, en tanto que su pareja se levantaba. No quería dejarle solo, no lo hacía nunca. Si le iban a dar una mala noticia, él también quería oírla.

Mas Soren tenía otros planes.

-No. Quédate aquí.

Sus dedos se fueron soltando poco a poco. El latido cardíaco de Soren se disipaba entre los dedos se Alex, como si fuese arena escapándose entre las falanges, vapor que se extiende a ras de la carne, y que deja un regusto a tabaco y canela. Iba a enfrentarse a lo que tuviese el médico que decirle, solamente armado… No, a quién pretendo engañar. Sin armas, con el alma desnuda, y dispuesto a una estocada mortal.

                                                                 …

Lili se quedaba a dormir en la casa de la vecina del tercero B hasta nuevo aviso. Aunque esa mujer tenía vida propia, problemas, quebraderos de cabeza, sabía que había unos días puntuales del mes en el que debería quedarse con ella y dejarla en el colegio de camino a la guardería donde ella trabajaba, por un módico precio de 30 euros. Cuando se la dejaban sus padres, podía notar a Soren un tanto cohibido. Quizás “destrozado” fuese una palabra demasiado fuerte, mas se le notaba en los ojos una resignación triste, un brillo que los cubría de una capa de lágrima, que podría precipitarse en cualquier  momento, mas permanecía cuajada. Mismo Alex, que era un tipo serio y adusto, que apenas compartía un par de palabras mal encaradas con ella cuando se cruzaban en las escaleras, siempre absorto en sus inquietudes, mostraba una feble sonrisa en los labios, que denotaba un principio de esperanza teñida de negra incertidumbre, y se excusaba una y otra vez por dejarle a la niña tantas horas a su cargo, y más tratándose de un día entre semana. Sabía que había pasado algo, pero nunca querían decírselo. Lo más seguro era que siempre fuese el mismo motivo. Las veces que le dejaban a Lili a su cargo era, o bien porque querían salir de noche, y eso se lo contaban con toda naturalidad, pues la dejaban a las nueve de la noche y la recogían a la hora homónima de la mañana siguiente para llevarla al cole, o bien porque Soren estaba ingresado, que entonces era un ir y venir de Alex, cogiendo y dejando a la pequeña, o bien…sucedía como en aquel momento. Aunque ella nunca les negaría su ayuda; le encantaban los niños, y Lili era una pequeña dócil, manejable y bastante tranquila. Vale, una vez le rompió todos sus muñecos de porcelana de colección y otra se cargó una tetera de Sargadelos, pero era buena niña. Además, solo Dios sabía por lo que estaban pasando aquellos padres, qué pululaba en su interior.

Soren se sentó alrededor de la mesa de la cocina y encendió un cigarrillo. Había intentado dejar de fumar dos veces y dos veces había recaído en los brazos de aquel tentador cilindro fálico que emanaba fuego procedente del mismo Infierno. Cogía aire con fuerza, con tanta fuerza que mismo sentía cómo se le colapsaban los músculos del pecho, cómo el diafragma se quedaba entumecido, sin poder distenderse más para dejarle paso a los pulmones sin invadir en el estómago. Fumar solo era para él un placer. Se le taponaban los oídos, entrecerraba los ojos, y notaba el fluir de su sangre. Sus pulmones le reclamaban aire, mas no le importaba. Era como el sonido del mar dentro de él. Podía mismo escuchar el leve latido de su corazón. No tan fuerte y ansioso como cuando estaba en la sala de espera, ni tampoco tan tranquilo como en letargo. Tan solo, calmado. Esta dicha solo duraba un breve instante antes de vaciar sus pulmones por completo. Las dos o tres caladas siguientes tendrían que ser algo menos relajadas, para poder restablecer el oxigeno dentro de su cuerpo.

En ese momento, notó una suave presión en los hombros, un leve hinco que le producía un dolor que se extendía de clavículas a la base posterior de la nuca, debido a la gran cantidad de tensión nerviosa. Mas el dolor se distendió y la sensación de calor se extendía como lluvia que cae a lo largo de sus brazos. Era un momento idóneo para volver a inhalar una calada profunda, pudiendo notar el taponamiento de sus oídos, el batir de la sangre, enfrascarse en un mundo aparte, en el que solamente pudiese sentir el humo acariciar su boca y garganta y aquel tacto cálido que traspasaba su camisa. Sabía que no le dejaría solo.

-¿Qué te pasa, mi vida? ¿Te dijo el médico algo malo?

Era cierto. Apenas habían intercambiado algunas palabras tras salir de la consulta, y ninguna de ellas relacionada con el diagnóstico de Soren.  Su pareja no sabía nada de lo que le habían dicho, si era bueno o malo, si había el más mínimo riesgo de fractura, si alguna de sus articulaciones se encontraba dañada, si algún hueso se había calcificado peor que el resto. Alex estaba notablemente nervioso, quizás por eso seguía moviendo las manos en una traza vertical por sus brazos; odiaba que no le contase las cosas, desconocer cualquier detalle que pudiese afectar a la felicidad de Soren le frustraba. Mas Soren prefirió quedarse callado un par de segundos más. Le gustaba saber, adoraba sentir que su pareja se preocupase por él, que era importante para alguien.

-No. No ha dicho nada relevante. La rodilla va perfectamente. Y…nada.

Alex frunció el ceño. Soren torció el gesto. El motivo de su anterior fractura le dolía más incluso que el daño físico en sí. Había sido una tarde de domingo.  Estaba nublado, así que habían optado por quedarse los tres en casa. Sofá, televisión, cerveza fría y cigarros. Era una buena tarde. Aunque estaban viendo una de las películas favoritas de Lili, estaban a gusto. Pocahontas. Son esa clase de películas que salieron al cine cuando nadie tenía nada, y que solamente podías verlas tras haber sido padre. Era la quinta o sexta vez que la veían, hasta se sabían todas las canciones. Aunque, evidentemente, no las cantaban. Soren aborrecía su voz, a pesar de ser un dulce tono ronco, que acariciaba como el fol de una gaita, como el ronroneo de un felino. Dicho sea que Alex era incapaz de evitar cantar el “vamos, un simple túnel y venga, sin descansar, coge un pico, chico, hunde la pala, sacad esas piedras que brillan igual que un rubí” con una falsa voz operística, haciendo reírse a Lili. Y, por supuesto, Soren adoptaba el papel de las damas de la corte que se desmayaban al pasar el colonizador cubierto de oro. Quizás a la altura del primer encuentro entre John Smith y Pocahontas, Lili se acercó a su papi, extendiendo sus bracitos. La conocía lo suficientemente bien como para saber que lo que quería eran mimos. Fue Alex quien la subió al regazo de Soren, sentándola sobre sus rodillas, justo sobre las rótulas semiflexionadas. Soren sintió como si le desgajasen ambas partes de la pierna, mas no dijo nada. Solo colocó a la niña más adelante, y no dijo nada, se mantuvo en un silencio tan absoluto que por poco no se le escuchaba respirar. Aquella sensación era tan intensa. Por su piel comenzaban a deslizarse gotas de sudor frío, tal si fuesen esquirlas de hielo. No, debía ignorar el dolor, seguramente no habría sido nada. Fue remitiendo, mas nunca desaparecía por completo, como si quisiese recordarle que seguía allí a pesar de todo.  Justo en la escena en la que los amantes son descubiertos por Kokum y Thomas, la vejiga de Soren le mandó el aviso de que debía ir sí o sí al baño. Le conminó a Alex para que cogiese a la niña e intentó levantarse. El disparo de la película y el grito ahogado de Soren, quien se volvió a desplomar en el sofá de dolor, sucedieron a una velocidad simultánea.

-Entonces,-la voz de Alex emergió de entre las sombras de sus recuerdos, como la caricia de un paño de seda sobre un cilindro de hierro.- ¿qué te pasa?

La mano de Soren se deslizó suavemente por su mejilla, sintiendo la humedad de su piel pálida. Semejaba estar cubierta por una finísima capa de lluvia. El hueco que unía su mano con su muñeca sostenía todo el peso de su cabeza, en tanto que el cigarro se consumía en la comisura de sus labios. No podía entender cómo se sentía aunque se lo explicase, solo sería capaz si lo sintiese arder en carne propia.

-Alex, es que no lo entiendes. Tengo el corazón en un puño, sabes que por cualquier mierda puedo acabar ingresado. Joder, ni siquiera puedo coger a Lili en brazos, y mira que me duele, me duele la ostia…

Soren no pudo seguir hablando. Desentrañar los secretos de su enfermedad arrancándolos en incisiones torpes y temblorosas era demasiado para él. No era capaz de soportar la mera idea de pensar que él tendría que acarrear con eso toda su vida, y seguramente a medida que los años fuesen pasando por él sus huesos se harían más y más débiles, hasta quebrarse más fácilmente que el papel de liar.

Por eso, Soren no contaba en vivir más de cuarenta años. Como mucho.

-No sé si entiendo eso, pero lo que sí entiendo es que me mata verte así. En serio, quiero que estés bien, y si el médico no te ha dicho nada malo, entonces alegra esa cara.-sonrió levemente. Quizás por imitación, Soren también lo haría. Falló.-Venga, vamos a tomar algo, seguro que te sube la moral.


El humo casi no dejaba ver a más de dos palmos. Semejaba que una densa niebla se cernía perennemente sobre el único bar de la ciudad con la suficiente osadía como para permitir que los clientes fumasen en su interior. Mientras otros planeaban estratagemas estrafalarias, como poner mesas en la calle o incluir terrazas cubiertas, allí no solo podías entrar con una caja de puros, sino que como mínimo deberías invitar al dueño, al menos, si son habanos. Aquel hombre, pensaba Alex, sí que tenía los cojones de acero blindado. Seguro que el día que le mandasen cerrar el local o que le pusiesen una multa, abriría uno en el sótano de su casa. Mismo se limpiaría el culo con la ley antitabaco si la tuviese impresa en papel. Por eso le gustaba ir allí. Y a Soren también, aunque él solamente se quedaba con el dato de que se podía fumar. Una cerveza negra sin un cigarrillo parecía que le faltaba sustancia. Alex dejó el dinero sobre la mesa, al alcance de los dedos de salchicha del robusto dueño del bar, que lucía una barba tan mesta que no se vislumbraba resquicio alguno de piel entre vello y vello.

-Alex, ¿pero qué haces?

-Déjame, a esta invito yo.-replicó, con una sonrisa en los labios. En momentos así, Soren recordaba por qué estaba enamorado de él.

-¿Y por qué vas a invitar?

-¿Cómo que por qué? Tienes la rodilla curada, ¿necesitas más explicación? Anda, Nito, cóbrame las cervezas.

Ahora Soren no solo sabía por qué se había enamorado de él, sino que sentía las mariposas revolotear en el estómago. Alex no era la típica persona que te estaba besando a cada segundo, mas sí tenía sus detallitos. Los dedos de Soren aferraron el cuello de la botella para poder beber en tanto que le observaba de reojo. Le era difícil mandarle a su corazón que se callase.

-¿Qué tal en el trabajo, vida?-le cuestionó a su pareja, que aún estaba absorto mirando para el cambio que le acababan de dar.

-¿Hm?... Bien.  ¿Y tú qué tal? ¿Has conseguido publicar algo?

-Sí, bueno… ¿te acuerdas que dejé mi currículum en la revista Semana?

-Claro que me acuerdo.-Alex desvió la mirada a su cerveza, para poder darle un trago.

-Me han llamado hoy por la mañana. Esperan un artículo mío para finales de semana, para poder incluirlo en la revista el jueves que viene.-una sonrisa amplísima se dibujó en sus labios. Su pareja se giró bruscamente para mirarlo a los ojos.

-¿Estás diciendo que te han…?

-Contratado. Sí, vida.-asintió levemente, dándole a entender su afirmación.

Alex no pudo contenerse. Tomó el rostro de Soren entre sus manos y le dio un intensísimo beso en los labios. Ninguno de los dos podía creerlo. Soren había trabajado desde que salió de la facultad de periodismo en proyectos literarios, siendo víctima y verdugo en numerosas ocasiones: jurado de concursos, escritor de microrrelatos en alguna revistas, periodista para El País, columnista en La voz de Galicia, nunca había escrito un libro; pero hasta entonces no le había salido una oferta mejor. Hasta Alex y su escasa cultura literaria sabía que Semana era una revista no solo muy conocida para los españoles, sino que allí tendría una página para él solo, para contar todo aquello que se le pasase por la cabeza, junto a Pérez Reverte y Paulo Coelho. Soren podría llegar a ser tan grande como el amor que sentían uno por el otro.

-Dios, mi vida, es maravilloso. ¡Es maravilloso!-repetía Alex, sin poder creérselo, entre besos de euforia y emoción.- ¡Esto hay que celebrarlo! ¡Ponnos dos cervezas más!

No le replicó, de hecho, dejó que se tomase al menos dos o tres cervezas más. Aunque reconocerlo sonase un tanto cruel, una de las cosas que más le gustaba a Soren era que Alex se emborrachase, al menos, que pillase el puntillo. Todas sus máscaras se venían abajo, su actitud de hombre duro, sus gestos de machito, se desvanecían entre la espuma de la cerveza. Cuando esto sucedía, se volvía muchísimo más romántico, decía todas esas cosas que Soren deseaba escuchar.

-Es que te quiero muchísimo…Soren, escucha. No, no, escucha. No te merezco. Tengo una hija preciosa, y el mejor novio del mundo, el más guapo, y el más…Uf. Un bastardo como yo no te merece.

Clamaba, aferrado a su pareja, observándole de cerca. No podía evitar sentirse halagado el danés, en tanto que fumaba de nuevo otro cigarro. Se consumía entre sus dedos como el tiempo. Le rodeaba la cintura con un brazo, aproximándose a él solamente para poder escuchar su voz más cerca. Cuando al día siguiente se despertase, todavía recordaría a Alex olisqueándole la piel del cuello, sin dejar de murmurarle las cosas más bonitas que había escuchado, con la voz un tanto cascada por el alcohol, como si le fuese la vida en ello.

-Hueles muy bien…

-¿A qué?-le cuestionó suavemente, inclinándose hacia Alex para poder rozar tenuemente sus labios, dejándole la miel en ellos, para que la reclamase con palabras o mordiscos en la barbilla.

-Hueles…hueles a vainilla…-alzó sus ojos azules con una sonrisa, escudriñando el rostro de Soren. Semejaba distinto, y a la vez idéntico que siempre. Era una sensación extraña. Sus propios pies perdían el equilibrio, mas a la vez se sentía protegido entre los brazos de su novio.-Vainilla…-repitió en un susurro, liberándose del aire de un solo golpe.-Y cerveza. Como si te echases unas gotitas en el cuello igual que si fuese colonia. 



Las escaleras hacia su casa nunca les habían semejado tan largas. Dos lenguas que se debatían entre mandarle estocadas mortales una a la otra, sablazos y mandobles repletos de saliva jugosa y pasión húmeda, bailaban su danza macabra a medio camino entre las dos bocas. Las manos de Alex, curtidas por su trabajo como celador en un hospital de la ciudad, desabrocharon lentamente los botones de la camisa de su pareja, catándolos, perfilando su forma redondeada, sus discos concéntricos, hasta poder desgajarlos, arrancarlos de su unión con la camisa. Fue descendiendo lentamente la tela por sus hombros, acariciándolos, hasta ir escalera en escalera dejándolos desnudos. Los brazos de Soren se aferraron a su cuello como si en medio de un temporal, de una cuesta arriba que semejaba interminable, fuese lo único seguro, estable, firme. Sus labios se escapaban lubricados entre los de su pareja, el cual comenzaba a recurrir a los dientes para mantenerlos cerca de su propia boca. Esta vez, Soren no recurrió a preámbulos, y desabrochó los botones de la camisa de Alex con toda la rapidez que le era posible. Podían sentir la sangre ardiendo debajo de la piel, las faiscas eléctricas, las llamas, saltando mucho antes de que pudiesen llegar a su propia casa. Soren apoyó su espalda desnuda en la pared del descansillo, en tanto que un jadeante Alex intentaba encajar la llave en su cerradura. Si en el hospital habían tenido una sensación de algidez, de frialdad, de congoja, de angustia, mismo de estatidad, unos simples besos y un par de cervezas les habían vuelto tan manejables como el barro, como la tierra húmeda con la que pudiesen moldear figuras de pasión, que se les pudiese escapar de entre los dedos como lluvia. Mismo los movimientos de Soren, buscando en la superficie gélida de la pared un lugar para sofocar su calor semejaban tan plásticos como humo, flotando en suspensión en un aire permisivo, que dejaba que su estructura se modelase a voluntad. El sonido de la puerta abriéndose, les dio luz verde. Se desataron sus deseos. Su pasión se inflamó, todavía con más rapidez y ferocidad que la pólvora.

-Ten…cuidado. Ten cuidado.

Entre las bocanadas de aire de Soren se escapaba una retahíla que repetía cual rosario, en tanto que repasaba las vértebras de Alex.  Su miedo estaba infundado, no era para menos. Los huesos de porcelana de una persona con su enfermedad no siempre aguantan la voracidad del sexo. No es la primera ni la última vez que una persona con esa enfermedad se quiebra la pelvis antes de llevar a la m de hacer el amor. A veces, justo en el momento culminante. Ese era, quizás, el mayor temor de Soren. Tener que ir a urgencias en plena eyaculación. No obstante, Alex asentía fervientemente con la cabeza, aunque no le escuchase demasiado. Sabía que tenía que tener cuidado con el cuerpo de su novio, que era tan quebradizo que simplemente un golpe de cadera mal calibrado podría mandarle de nuevo al hospital. No, no sucederá, pensaba Alex en su éxtasis, riendo levemente en tanto que alternaba besos en los labios de su novio. Sabían dulces. Como si la saliva que segresase fuese una transparente miel líquida y fluida, como si solamente aquel néctar fuese capaz de saciar su sed. Soren no podía evitar estar asustado, pero aquella situación le era tanto menos excitante. Sentir la adrenalina correr por su cuerpo, hormiguear bajo sus dedos, partiendo el dos su espalda, produciéndole en el pecho una sensación de quemazón ardiente. Notar cómo aumenta la sudoración, cómo sus poros se abren para dejar escapar gotas saladas y frías que resbalan por su piel caliente. Sentir el corazón acelerarse, golpear contra sus costillas precarias, de un modo tan  desenfrenado que mismo semeja querer resquebrajarlas de un golpe seco, pam, y que rompiesen como rompe la madera astillada. No le queda ni siquiera espacio en los pulmones para respirar, no son capaces de distenderse lo suficiente como para poder contener todo el aire que le anega.  Entre pasos cortos marcha atrás se introduce en la habitación, mas no es capaz de verla con los ojos cerrados. Siente cómo desciende y cae como un peso muerto. Aunque no eleve los párpados, nota en sus yemas el suave tacto de la colcha, con sus protuberancias acolchadas en las que hincar la palma de la mano y notar cómo se hunde lentamente. Soren traga suavemente saliva en un momento de tregua. Necesitaba lubricarse, recuperarse, para el momento que habían estado esperando durante toda la semana. Evidentemente, con Lili en casa únicamente podían masturbarse uno al otro a escondidas, pero entonces, y solo entonces, tenían plena libertad para tumbarse en la cama y hacer el amor. Las manos de Alex acariciaron suavemente uno de sus costados, haciendo un ápice de presión para que se diese la vuelta. Se acostó encima de su espalda, con las rodillas semiflexionadas, e introdujo sus manos dentro de su pantalón. En el momento en el que notó aquellas uñas tan cerca de su vello púbico, Soren no encontraba gemido que pudiese resumir lo que sentía. Extendió una mano hacia atrás, oteando hasta sentir el cabello de Alex, y cerró el puño. Los mechones se tornaban tensos y se atraían hasta él, queriendo casi disgregarse del cuero cabelludo. Poco a poco, fue quitando el pantalón y el calzoncillo de Soren. Primero uno, después otro. Despacito, con cuidado, delicadamente, que sintiese los pliegues de la ropa en la piel de las piernas, que notase cómo se le iba erizando el vello con su paso. Irguió el tronco, y salió el verdadero Alex. Con un brusco movimiento de hombros se liberó de la camisa desabrochada, y le faltaban dedos para poder desabrocharse ágilmente la pitrina y bajarse de un golpe todo lo que cubriese de cintura para abajo. Se inclinó hacia delante. Soren pudo clarísimamente notar el miembro de Alex erecto como una estaca entre sus nalgas, abriendo sitio. Era como si quisiese atravesarle, brindarle un cintarazo, un tajo mortal. Los puños de Soren arañaron las sábanas; las manos de Alex arañaron la superficie lampiña y yerma del pecho de Soren. Posesivo abrazo. Estrangulamiento cálido. Y en ese momento, fue poco a poco penetrándole. No pudo reprimir más sus chillidos, de la garganta de Soren se escapaban los mismos gritos que del cuello de un cisne agónico.

Y de pronto, comienzan a coger ritmo. Como una danza que comienza con movimientos improvisados y coordinados, plásticos y etéreos, de una movilidad asombrosa, para ir poco a poco marcando un pulso fijo, adaptándose a la rigidez de una postura fija, y a la vez contoneándose libremente. Ver a una bailarina dar vueltas sobre la puntera de su dedo pulgar era un espectáculo tan, o todavía menos bello que verlos a ellos haciendo el amor. El dolor que arraigaba de la pelvis de Soren se convertía en un placer sin límites, en el momento en el que el miembro de Alex le rozaba el punto exacto de la locura. El mero estrechamiento del conducto donde debía introducir su carne le producía un inconmensurable y placentero roce. Se habrían quedado sin aire si no fuese porque sus pulmones les ordenaban seguir respirando. Y en ese momento fue cuando su interior se iluminó, se colmó de una potentísima tensión que se convirtió en alivio. Uno encima del otro, de la manera más dulce posible, sin ataduras, sin compromisos, sin preocupaciones, se abrazaron.

Nunca se hace el silencio absoluto entre dos amantes